Yusha » Пт дек 22, 2006 20:39
Вот, например. Что скажете?
EL PERRO MUERTO
El resto del día lo pasé con la conciencia remordiéndome por haber destrozado la boca de aquel perro que, en una de mis correrías, encontré en el descampado. Claro que el perro ya estaba muerto, pero a pesar de ello lamentaba lo que hice; quizá fue por haber contemplado el dolor en el rostro de su dueńo al encontrar a su perro sin vida. Yo fui testigo de ese encuentro sin palabras. Debía haber estado buscándolo durante muchas horas, y cuando por fin lo encontró... Pobre hombre, allí quieto, de pie ante el cadáver del animal, con el collar en la mano y sin saber qué hacer, solo con su profundo dolor...
Hasta el momento en que su dueńo apareció yo no tenía claramente conciencia del sufrimiento que puede causar ver muerto a un ser amado, fuera éste una persona o un animal. El hombre, sin duda, le abría cuidado y querido. Seguramente habría tenido mil desvelos con su perro y ahora yo era el causante de aumentar su dolor, pues aquel hombre, cuando vio la boca destrozada del animal debió pensar que su perro habría muerto con grandes sufrimientos. Quizá murió de ese modo pero quizá no, quizá solamente recibió un fuerte golpe que le hizo perder la vida sin sufrir, sin apenas darse cuenta. Cuando yo lo encontré solamente tenía una pequeńa mancha de sangre en la cabeza, casi imperceptible, y ahora... Posiblemente fue atropellado y arrojado allí, al descampado. Con mi tontería de querer arrancarle los dientes para guardar sus colmillos, destrozándole del modo en que lo hice sin que me sirviese de nada, pues en mi obsesión llegué a romper sin querer sus bonitos colmillos, lo único que había conseguido era hacer pensar al pobre hombre que su muerte fue realmente cruel.
Nunca, estoy seguro, olvidará a su perro muerto. Imaginará con dolor el sufrimiento que pasó el animal hasta morir. Siempre lo recordará de ese modo por mi culpa y yo tampoco podré olvidarlo. No podré borrar de mi mente la imagen de desesperación del hombre cuando lo encontró. Me parece verle aún, con el inútil collar en su mano, inmóvil, sin saber qué hacer y mirando lloroso al perro. Debí hablarle, debí decir y explicar al hombre que fui yo el causante del destrozo de su boca, aunque ya estaba muerto y que, hasta ese momento, el perro parecía dormir plácidamente y no tenía seńales de violencia, que seguramente habría muerto rápidamente y sin apenas enterarse... que seguramente no habría llegado a sufrir nada. Sentí arrepentimiento por no haberme atrevido a decirle todo eso, y ahora ya era tarde.
Ya atardecido, casi de noche, no pude resistir acercarme de nuevo al descampado. Casi había llegado hasta donde yacía el animal, cuando me sorprendió ver de nuevo al hombre. Estaba agachado sobre el perro muerto y sostenía en una mano lo que me pareció era una gran bolsa de plástico. Pensé que estaría recogiendo sus restos para darles sepultura en algún lugar y no dejar que se pudrieran, abandonados en el suelo.
Me di la vuelta procurando no ser visto y me marché sin decirle nada. No me sentí capaz de explicarle que yo había roto la boca y los dientes de su perro ya estando muerto. No me atreví. Me sentí más culpable que antes, pero huí como un cobarde.
Rafael Muńoz